Columna de opinión en El Espectador

Hace unas décadas los escándalos políticos eran abanderados por los partidos tradicionales: Liberal y Conservador. Sin embargo, estos parecen haber quedado eclipsados por el poder arrasador de ciertas élites hegemónicas territoriales que han inundado el sistema político colombiano. Ahora, el centro de atención está en las grandes casas políticas. En efecto, en casi todo el territorio nacional, existen familias y alianzas que controlan los hilos de la política local y, casi siempre, utilizan a terceros para perpetuarse en las administraciones.

Hoy, los Char son el ejemplo más claro y preciso del poderío y auge de los clanes políticos. Tanto así que, León Valencia, director de la Fundación Pares, lo considera el clan más poderoso de todo el país, encabezando una lista amplia de apellidos que conforman grupos regionales de poder. En lo local, los recursos públicos, manejados por estas casas políticas, atienden necesidades personales y, lo más importante, extienden su red de poder entre sus amigos contratistas y políticos.

Al respecto, Edward Gibson, en su texto “Autoritarismo subnacional: estrategias territoriales de control político en regímenes democráticos”, plantea que normalmente estos poderes territoriales tienden a implementar estrategias nacionales que les permitan maximizar su influencia. De esta manera, terminan monopolizando “vínculos” entre lo nacional y lo local, los cuales van desde puestos hasta acuerdos informales. Como lo indica Gibson, “En la política territorial quien quiera que controle los vínculos, controla el poder”.

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Hace unas décadas los escándalos políticos eran abanderados por los partidos tradicionales: Liberal y Conservador. Sin embargo, estos parecen haber quedado eclipsados por el poder arrasador de ciertas élites hegemónicas territoriales que han inundado el sistema político colombiano. Ahora, el centro de atención está en las grandes casas políticas. En efecto, en casi todo el territorio nacional, existen familias y alianzas que controlan los hilos de la política local y, casi siempre, utilizan a terceros para perpetuarse en las administraciones.

Hoy, los Char son el ejemplo más claro y preciso del poderío y auge de los clanes políticos. Tanto así que, León Valencia, director de la Fundación Pares, lo considera el clan más poderoso de todo el país, encabezando una lista amplia de apellidos que conforman grupos regionales de poder. En lo local, los recursos públicos, manejados por estas casas políticas, atienden necesidades personales y, lo más importante, extienden su red de poder entre sus amigos contratistas y políticos.

Al respecto, Edward Gibson, en su texto “Autoritarismo subnacional: estrategias territoriales de control político en regímenes democráticos”, plantea que normalmente estos poderes territoriales tienden a implementar estrategias nacionales que les permitan maximizar su influencia. De esta manera, terminan monopolizando “vínculos” entre lo nacional y lo local, los cuales van desde puestos hasta acuerdos informales. Como lo indica Gibson, “En la política territorial quien quiera que controle los vínculos, controla el poder”.

Y la cuestión es aún más compleja, pues no solo opera de abajo hacia arriba; en Colombia las casas políticas han sido impulsadas por el propio centralismo. En épocas electorales, la estrategia predilecta de muchos de los candidatos presidenciales, que resultan elegidos, ha sido conseguir el apoyo regional por medio de estas casas para llegar al poder. Lo que a la larga se traduce en favores que son pagados cuando los eligen. Así les facilitan el trabajo, asegurándoles un espacio en lo nacional, que repercute en una ampliación de su margen de influencia.

La relación entre Duque y los Char lo demuestra claramente. Durante su elección, fueron reiteradas las acusaciones sobre la incidencia de la casa Char en la votación de la Costa Caribe para que Iván Duque fuera presidente. Y, por eso no es casualidad que en su mandato la relación entre ambos ha sido la de los mejores amigos. Las elecciones legislativas de 2018 le aseguraron 11 congresistas, dándoles un margen de maniobra significativo. Para el período legislativo de 2020, Arturo Char fue elegido como presidente del Senado, lo que sin duda aumentó su poderío. A todo esto, se le suma el nombramiento de Karen Abudinen como MinTic, de Margarita Cabello como Procuradora y Tito Crissien como MinCiencias. Todas figuras cercanas a la casa Char.

Así se ha creado una especie de alianza entre ambas partes que les ha permitido ejecutar ciertas movidas en su beneficio. Sólo por mencionar algunas: el apoyo irrestricto del presidente Duque, y la bancada charista a la exministra Abudinen. No cabe duda que la petición de renuncia se debió más a la presión de la opinión pública que a un verdadero castigo por parte del presidente. Por otro lado, las jugadas que hizo Arturo Char cuando era presidente del Senado en beneficio de los intereses de Duque. Por ejemplo, acomodar el orden del día en las plenarias del Congreso, excluyendo la discusión de temas importantes como en su momento fue el proyecto de reforma agraria; pero también, realizar movidas para eludir la votación a la moción de censura del Ministro de Defensa, Diego Molano, evitando así una mayor repercusión de esta medida.

Ahora, si bien es notorio que la ascendencia de la casa Char ha sido acompañada, y hasta impulsada, por el nivel central, el caso de Abudinen es muestra clara del poco control que existe hacia la actuación de estos grupos políticos por parte de los partidos políticos que los acogen, en este caso Cambio Radical. ¿Por qué no hubo ninguna sanción dentro del partido Cambio Radical? ¿Qué hizo que Duque esperara tanto tiempo para pedir su renuncia? ¿Qué había detrás de esa larga espera? ¿De quién es la responsabilidad de las decisiones tomadas por la exministra? ¿Vargas Lleras o los Char? Pero la pregunta más importante: ¿Cuál es el costo para los Char sobre estas situaciones anómalas? La respuesta es: ninguno.

El fuerte del partido Cambio Radical, es regional, es aquí donde quieren y pretenden mantenerse. Realmente la sanción moral que se obtiene de un electorado nacional, más de opinión, no adquiere relevancia para estos clanes políticos. Su dinámica en lo local nunca ha respondido a controles y sanciones sociales, que por lo demás es casi nula, esto junto con el clientelismo, es lo que, según León Valencia, deja abierta la puerta para que estos caciques regionales se perpetúen en el poder local.

Los “vínculos” en lo nacional les permite ampliar su poderío y hacer alianzas esenciales. Ante cualquier problema que enfrenten de índole nacional, la solución siempre será volver a su zona de confort, justo donde nada les afecta, porque son intocables. En el instante que la casa política pone los votos y asegura el “pase libre” en el legislativo, ya se asegura que en lo nacional haya retribuciones entendidas en dinero, pero también en impunidad. La retórica de un “gana-gana” se vuelve predominante en este juego cerrado.

A puertas de lo que sería el último año de gobierno del presidente Iván Duque, resultaría interesante analizar esta dinámica. En la medida en que el Gobierno Nacional siga perdiendo fuerza, e incluso hasta legitimidad, se hará cada vez más dependiente del poder que le suman estos clanes para conseguir mayor gobernabilidad. De esta forma entraríamos en un círculo vicioso: menos fuerza en el ejecutivo, más necesidad de apoyo en los clanes, repercutiendo en más favores políticos y mayor impunidad.

Es importante considerar si esta dinámica está dejando en evidencia una táctica más profunda entre el ejecutivo y los poderes locales, a partir de la cual se entregan contratos con el objetivo de financiar campañas políticas. Además de un tema de posicionamiento de intereses a nivel local o regional, es importante preguntarse ¿Será que el objetivo del clan Char es la Presidencia? De materializarse esta posibilidad, ¿Cuáles serían los efectos sobre el poder regional de su casa política?