Columna de opinión en El Espectador.

Vivimos una de las jornadas electorales más épicas de nuestra vida republicana. Después de 200 años de dominio de los poderes políticos oligárquicos, hubo un cambio en la dirección de la política colombiana. Fueron unas elecciones críticas que deben desde ya ser estudiadas detenidamente y con una lectura minuciosa de lo que ocurrió en las diferentes regiones del país.

Seguramente los impactos de las definiciones que tomó el pueblo colombiano tendrán una trascendencia en la senda institucional de mediano y largo plazo. Y, además, una repercusión instantánea en la reestructuración de las dinámicas del poder local.

Las regiones con más necesidades sociales (El Caribe, Pacífico y Amazonas, según el DANE 2022) le hablaron al centro del país en donde se concentra gran parte de la riqueza -sin olvidar las desigualdades intrarregionales-. Estos resultados electorales, desde una perspectiva histórica, nos dejan dos enseñanzas. La primera, el nuevo Gobierno tiene una legitimidad ética en términos de una democracia con profundas desigualdades. La segunda, hay un país conservador que se resiste a posibles cambios inmediatos.

En definitiva, los resultados en lo electoral fueron parejos. No se vivía algo igual desde la disputa en 1994 entre Samper (50,57%) y Pastrana (48,45%); una brecha que empezó abrirse desde el primer mandato de Uribe -quien ganó en la primera vuelta en ambas disputas-; y que comenzó a cerrarse en la segunda elección de Santos. El aterrizaje de todo esto fue en la última elección entre Duque y Petro. Ahora, en los últimos resultados entre Petro y Hernández la diferencia fue solo de 700 mil votos.

Es necesario advertir esta realidad que le pone una espada de Damocles al nuevo gobierno. Es una cuerda floja que le impondrá un complicado margen de maniobra entre el querer ser de sus ambiciosas ideas y las posibilidades a las que se enfrenta con una oposición que, aunque avasallada por la derrota, muy pronto se acomodará a la nueva realidad del país.

El nuevo Gobierno tendrá la compleja tarea de ganarse palmo a palmo la gobernabilidad de las iniciativas ganando nuevos aliados y, sobre todo, victorias tempranas en los territorios. Cada paso implicará una fuerte dinámica de consensos y fuerte oposición sobre todo por fuera de la institucionalidad.

Las primeras señales que se viven en la opinión pública hacen presagiar que Petro va a tener que estar en campaña permanente con un ejercicio pedagógico y de comunicaciones de todas sus actuaciones; unidad de cuerpo en los mensajes y una nueva dinámica de comunicación en redes sociales. El gobierno y sus alfiles más destacados no pueden jugar a ser twitteros o influencers, hay que darles un sentido más institucional a los mensajes.

Adicionalmente, deberá consolidar un diálogo territorial permanente que trascienda la mera presencia formal del Gobierno y que responda estratégicamente a las dificultades de los ciudadanos de a pie. Esto va a ser fundamental en los territorios en donde se goza de una alta aceptación. Los municipios de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial -PDET- serán estratégicos en este diálogo territorial sin dejar a un lado aquellas zonas en donde perdió el Pacto Histórico, donde especialmente se necesita un mensaje de unidad nacional.

Petro deberá, en medio de las dificultades fiscales y la construcción del plan de desarrollo, implementar de inmediato medidas puntuales de alivio que se correspondan con las expectativas de la gente, sobre todo la más necesitada. Llegar rápido a esas zonas del país donde el Estado ha estado ausente por décadas para construir un capital político capaz de adelantar su agenda reformista en temas urbanos y en el contexto internacional.

La metodología será fundamental para el logro de este objetivo. Los esfuerzos nacionales, deben estar acompañados estratégicamente por los recursos locales e internacionales. Alianzas estratégicas con el sector privado y las expresiones de la sociedad civil organizada que promuevan la gobernanza local. No podemos ni repetir la historia de los inocuos espacios semanales del presidente Uribe en el territorio; ni la autoritaria experiencia del hiperpresidencialismo que se vive en Venezuela. Hay que diseñar una nueva estrategia de participación ciudadana.

Tampoco puede tomarse el rumbo de promover el cambio solamente con la consolidación de mayorías políticas. Una gobernabilidad, que, en parte, ya se ha afianzado antes de comenzar el mandato y que va a ser importante, pero no suficiente. Hay que trascender de la gobernabilidad a la gobernanza, reforzando un nuevo modelo de gestión pública sin la fuerte intermediación clientelar de las fuerzas políticas territoriales. Petro tiene el reto de no solamente transformar económica y socialmente el país, también, ayudar a modificar la forma de hacer política.

Finalmente será estratégico aprovechar el primer cuarto de hora del inicio del mandato que, a pesar de lo fino de la victoria, representa el simbólico e importante triunfo de la diversidad en uno de los países más desiguales del mundo y en una transición de un conflicto armado interno. Un activo político internacional y que se convierte en un nuevo aire para la democracia de la región que necesita triunfos en medio del ascenso del autoritarismo en muchos países.