Columna de opinión en El Espectador.

Hoy asistimos a la ocurrencia de una serie de eventos que, vistos desde un ángulo más abierto y generoso, dan muestras de que cosechamos los frutos de una siembra de democracia y paz. Son estos: la adopción de la Constitución de 1991 y la firma del Acuerdo Final con la exguerrilla de las Farc.

Hoy, 16 líderes sociales que son víctimas de la violencia hacen parte de la Cámara de Representantes gracias a las Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz. Hoy, Gustavo Petro, líder de izquierda y férreo opositor del establecimiento; y Francia Márquez, mujer, afro, víctima y ambientalista, son respectivamente presidente y vicepresidenta de esta nación.

Hoy contamos con el Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición, donde se expresan los testimonios, relatos y análisis de tantas décadas de dolor y horror en la lucha por el poder político y económico, por el modelo de Estado, por las apuestas de desarrollo y de democracia. Son voces, historias y anhelos de dignidad, justicia social y garantía de derechos que emergen de los territorios, los barrios, los pueblos y los anhelos de ejercer el poder en democracia, son una ilusión que, parece, poco a poco se hará realidad.

Transitamos hacia un cambio y por eso es difícil recordar un momento en la historia electoral del país donde las pasiones, los amores y los odios no hubieran llenado de turbiedad y enojo la deliberación pública. Ahora bien, sin exagerar, esta última contienda electoral elevó al máximo los decibeles de la confrontación. Y es que está mucho en juego.

El país de la inclusión, la diversidad, el desarrollo, los derechos, la justicia social, la justicia ambiental y la paz se la jugó en una dura contienda con las atávicas apuestas del patriarcalismo, la corrupción y la guerra.

Y todo esto tiene que ver con las nuevas expresiones de la participación electoral que impactan – aunque no tanto como quisiéramos – en la representación política. El gran cambio está en la Presidencia, algo en la Cámara de Representantes y mucho menos en el Senado. Esto evidencia cómo los ciudadanos, la gran mayoría de ellos – muy seguramente – distanciados de las organizaciones políticas, pusieron su voto a favor de la opción alternativa. Mientras que partidos y movimientos políticos siguen reproduciendo su poder en el Congreso. De ahí que los números de la elección presidencial señalan la vericuetuda ruta de la gobernabilidad del presidente Petro y la vicepresidenta Márquez.

En primer lugar, votaron más ciudadanas y ciudadanos. En la segunda vuelta votaron 22.687.910 personas; el 58,2% de los inscritos en el censo electoral. Este resultado es el más alto desde 1998. El índice de abstención fue de 41,83% y el voto en blanco representó el 2,24% del total.

En segundo lugar, creció la votación en las grandes ciudades. En comparación con la primera vuelta de 2022, la votación creció alrededor de 5 a 10% de los votos totales en las grandes ciudades, destacándose Medellín, Cali y Bogotá. El candidato Gustavo Petro creció en más de 2,7 millones de votos entre la primera y la segunda vuelta (un aumento del más del 30%) en todo el país, especialmente en las grandes ciudades. En ese sentido, la participación creció en los municipios donde Petro había ganado en primera vuelta.

En tercer lugar, también aumentó la participación en las regiones “periféricas” del país. Petro fue el candidato más votado en 401 municipios a nivel nacional (36,3%) especialmente en las regiones de la Costa Caribe, la Costa Pacífica, Bogotá, Guainía, Vaupés y Amazonas, según la Misión de Observación Electoral (MOE). Además, en comparación con la participación de la segunda vuelta de 2018, algunos departamentos aumentaron su participación entre 6 y 10 puntos porcentuales: Santander (8,12%), Cauca (11,14%), Nariño (10,11%), Putumayo (6,31%), Valle (6,45%), Caquetá (9,26%), Atlántico (6,83%) y Chocó (8,20%). Mientras en otros decreció, como en los casos de Arauca (-0,12%) y Vaupés (0,01%) y en los Consulados (-4,4%). Por su parte, en las Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz, según cifras de la MOE, la participación alcanzó un 52,5% en puestos rurales y un 51,1% en puestos urbanos, registrando en total una votación más alta que en las elecciones de Congreso de 2022. En los demás municipios la participación fue mayor en puestos urbanos, con un 59,3% en comparación con puestos rurales, donde se registró una participación del 55,2%.

Las nuevas autoridades públicas llegan a estas dignidades en la peor crisis de legitimidad de la representación política. Muchos de los votos representan una desautorización a esa clase política hegemónica, egoísta y corrupta. Muchos de los votos recuerdan a los mandatarios que están ahí para honrar las preferencias de sus electores, no los suyos propios.

Para que estos frutos de la democracia sigan aportando su sabor a la vida nacional, la agenda de la justicia social, la paz y la inclusión obliga el diseño y la implementación de planes, políticas y programas que respondan a las fuerzas ciudadanas que expresaron su voz, las cuales esperan, además, ser sujetos deliberantes y protagónicos de la formulación, gestión y fiscalización ciudadana del Plan Nacional de Desarrollo y de las políticas públicas para su implementación.

También buscan acompañar y apoyar el desempeño de los 16 congresistas producto de las Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz, y anhelan el cumplimiento de la promesa del presidente Petro, de acoger e implementar las recomendaciones del Informe Final de la Comisión de la Verdad. El pacto nacional deberá seguir capitalizando la legitimidad social, antes que la gobernabilidad “clásica” que garantiza el pacto con las organizaciones políticas. Para que la cosecha no se pierda.